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¿Por qué los sacerdotes no se pueden casar?

Una vez estaba de copiloto con un religioso de 28 años que manejaba una camioneta llena de adolescentes porque íbamos a estar el fin de semana en un campamento católico en un club en la playa. De repente el religioso me dijo: “Sabes Samuel, en este momento yo podría estar en esta misma camioneta, yendo a la playa, y en lugar de tenerte a ti al lado y a un montón de niños gritando, podría estar con una chica hermosa para pasar el fin de semana descansando en la playa. Sin embargo estoy aquí con ustedes, tratando de acercarlos más a Cristo, ¡y no podría estar más feliz!”.

Hoy en día, en un mundo tan materialista e hipersexualizado, muchas veces se cuestiona la práctica del celibato entre los sacerdotes católicos. Y es que ¿no sería mejor si los sacerdotes se pudieran casar? Posiblemente sería más fácil que más personas quisieran ser sacerdotes, y se resolverían muchos problemas dentro de la Iglesia, o por lo menos eso es lo que se dice en muchos medios de comunicación. Sin embargo, cada año se suman más y más personas que son atraídas a seguir a Cristo en alguna forma de vida consagrada.

Aquí te dejamos algunas razones por las cuales se mantiene esta práctica dentro de la Iglesia Católica, y por las que muchos jóvenes siguen sintiéndose atraídos a entregar por completo su vida de esta manera.

Las razones más prácticas

Una de las explicaciones más sencillas de la razón de ser del celibato es muy simple: porque Cristo fue célibe. Un sacerdote, que sirve en el lugar de Cristo y por tanto busca configurar su vida del todo con la de Cristo, busca imitarlo también en este aspecto.

San Pablo recomienda el celibato (1Cor 7,32-34), en especial a los ministros, para que no se enreden en “los negocios de esta vida” (2 Tim 2,4). Uno de los aspectos del corazón sacerdotal es que éste tiene un amor universal e indiviso, por toda la Iglesia y toda la humanidad. El deber de un esposo o padre de familia es atender primero y sobre todo a su esposa e hijos. Estaría mal para un padre de familia atender primero las necesidades de alguien más antes que a su familia. El sacerdote en cambio no debería tener estos amores particulares, sino que, a semejanza de Cristo, se consagra de lleno al servicio ministerial, estando disponible para toda la gente en todo momento (Mt 19,12).

Las razones más espirituales

Al contrario de la opinión popular, los sacerdotes y las religiosas no están privados del amor esponsal. Cristo dijo que en el cielo ya no nos casaremos (Mc 12,25), pero esto no es porque el matrimonio sea una realidad mundana, sino todo lo contrario: revela el amor de Dios por su Iglesia.

La teología del cuerpo de San Juan Pablo II nos enseña que la Iglesia es la esposa mística de Cristo. Cuando un hombre le pedía la mano a una mujer en el antiguo Israel, se lo proponía con una copa de vino. Si la mujer aceptaba beber de aquel cáliz, simbolizaba que aceptaba entrar en esta unión, y el hombre se iba a preparar un hogar para su amada. Los apóstoles, conociendo todo ese contexto, entendían perfectamente la analogía que quería hacer Jesús.

En el Evangelio, Jesús se presenta a sí mismo como “el novio” (Mc 2,19, Mt 25,10) y en muchas ocasiones emplea un vocabulario esponsal. El amor del matrimonio, la entrega total y fecunda, es la imagen más cercana a la relación que Dios quiere tener con nosotros. Este matrimonio entre Jesús y su Iglesia se consumará al final de los tiempos, cuando sea quitado el velo de las apariencias y nos presentemos cara a cara con Dios (Ap 19,6-9).

Los sacerdotes y religiosas célibes son signos escatológicos, es decir, viven ya desde esta vida terrenal la realidad que nos espera a todos: vivir en una unión mística con Dios, como será en el cielo. Las religiosas como “esposas de Cristo”, y los sacerdotes como “esposos de la Iglesia” a semejanza de Cristo, nos revelan esta realidad última, de la cual el matrimonio terreno es tan solo una imagen.

¿Hay sacerdotes que se pueden casar?

Sin embargo, el celibato es una norma disciplinaria (práctica legislada por una autoridad eclesial) y no un dogma, y no siempre ha sido obligatorio. El Evangelio menciona que San Pedro tenía una suegra (Mt 8,14) lo cual nos hace suponer que también estaba casado. El celibato obligatorio se decretó en 1075 por el papa Gregorio VII, y se formalizó en el I Concilio de Letrán en 1123, como una medida en contra de la corrupción y los abusos clericales que se daban con las propiedades de la Iglesia y las esposas e hijos de los sacerdotes.

Es por esta razón que las iglesias ortodoxas y católicas orientales (http://es.catholic.net/op/articulos/23396/cat/687/las-iglesias-catolicas-orientales.html ), que a lo largo de los siglos han desarrollado ritos y tradiciones distintos de los del rito romano, siguen teniendo sacerdotes casados, aunque los católicos orientales son 100% católicos y bajo la autoridad del Papa. Sin embargo, estas iglesias solo permiten que se ordenen los hombres que ya están casados. Los sacerdotes que ya se han ordenado no pueden contraer matrimonio, ni se pueden volver a casar si quedan viudos, y hay un gran número de monjes y sacerdotes seglares católicos orientales que viven el celibato desde el inicio. También se permite que un sacerdote anglicano o luterano que ya estaba casado y se haya convertido al catolicismo se mantenga casado y ejerza su ministerio sacerdotal.

¿O sea que se podría eliminar el celibato obligatorio? ¿Sería bueno cambiarlo?

Dado que el celibato no es una doctrina sino una medida disciplinaria, en teoría sí se podría volver a permitir hombres casados en el sacerdocio. Sin embargo, habría que pensar si de verdad convendría hacerlo. En marzo de 2017 en una entrevista con Die Zeit, el Papa Francisco dijo que aunque haya una escasez de clérigos, en su opinión “el celibato voluntario (opcional) no es una solución”. FUENTE

Es un error suponer que permitir el matrimonio a los sacerdotes haría que incrementara el número de sacerdotes. Después de todo, se trata de una vocación, y Dios siempre inspira las vocaciones que son necesarias para atender las necesidades de la Iglesia; otra cosa diferente es que todos los que tienen vocación correspondan al llamado.

Un argumento muy en boga en los medios de comunicación debido a todos los escándalos, es la creencia de que si se permitiera el matrimonio para los sacerdotes, disminuirían los casos de pedofilia entre clérigos. Sin embargo, es absurdo pensar que si una persona tiene un deseo sexual desordenado su cura es el matrimonio. El hecho de que el matrimonio no es la solución para la pedofilia se puede demostrar con estadísticas: la incidencia de pedofilia en sacerdotes católicos no es mayor que en hombres casados. FUENTE

Muchas personas creen que al imponer el celibato, la Iglesia priva a los sacerdotes y religiosas de un deseo natural de amar y ser amados. El amor es la vocación a la que todos estamos llamados, mas no todos estamos llamados a vivir este amor dentro del matrimonio, ni tampoco es el amor equivalente al sexo. Muchos científicos y médicos dedican su vida de lleno a la investigación o a trabajar por el bien común, y esto no significa que no amen y sean amados intensamente. Estas nociones del mundo provienen de una tendencia actual de equiparar el sexo con el amor, y de una corriente de la psicología que cree que el deseo es algo incontenible que te puede hacer daño si no sigues sus caprichos. Sin embargo, y lo digo por experiencia propia, difícilmente se pueden encontrar personas más felices y plenas que aquellas que viven en una total entrega y confianza en Dios, con la esperanza firme en la promesa que hizo Cristo:

«Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna.» (Mc 10, 29-30).

Conclusión

Debemos recordar que, sea cual sea el estado de vida al cual Dios nos llama, siempre será una vocación al amor, y el Espíritu Santo arderá en nosotros, ya como soltero consumido por el celo del Reino, ya como casado forjándose en la pasión del amor esponsal, o como sacerdote que se desgasta todos los días como una vela encendida y ofrecida por el bien de la Iglesia.

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