Hace un par de días, hablaba con mi hermano sobre la Iglesia y la experiencia que he tenido de Dios gracias ella. Él me contaba que estaba decepcionado con la Iglesia por todos los escándalos alrededor de ella, cómo las almas consagradas a Dios podrían comportarse de tal y cual manera, cómo ciertos católicos vamos a misa y al salir empezamos a difamar y olvidamos las enseñanzas “aprendidas”. Yo le comentaba que notara que él estaba decepcionado de las personas dentro de la Iglesia, pero no tenía por qué estar decepcionado de la Iglesia. Le dije que tenía razón, que nosotros que conformamos la Iglesia no somos a veces el mejor ejemplo, pero que por eso la Iglesia no deja de ser Santa. Claro está, ¡se requiere fe para creer en la Santidad de la Iglesia!
¿A qué nos referimos con Santa?
Cuando pensamos en santidad, quizás nos imaginamos a la Madre Teresa de Calcuta, a San Francisco de Asís, a San Juan Pablo II, o a Santa Teresita del Niño Jesús y no a una “institución” por llamar así a la Iglesia. Santa Teresita nos da una definición que me parece muy acertada sobre la Santidad, ella dice que la Santidad se trata de «ser lo que Dios quiere que seamos» en cada momento y situación. ¡Qué fácil sería demostrar al mundo la Santidad de la Iglesia si todos fuéramos lo que Dios quiere que seamos! Pero lastimosamente esa no parece ser la realidad.
¿Por qué la Iglesia es Santa?
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice claramente que la Iglesia es Santa no porque los que la conformamos seamos santos, sino porque ha sido instituida por Jesucristo y es constantemente reformada por el Espíritu Santo a través de instrumentos como lo han sido los Santos, como lo es el Papa y los obispos, que son los sucesores de los apóstoles, y como podríamos serlo nosotros.
Jesucristo, al fundar la Iglesia dijo las siguientes palabras: «Tú eres Pedro, que significa Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás prevalecerán sobre ella.» (Mateo 16, 18). Si nos ponemos a pensar con “cabeza fría”, la Iglesia ha atravesado por tiempos muy difíciles, sin duda, y su historia ha sido siempre testigo de los pecados de quienes la conformamos, pero aún así la Iglesia ha prevalecido. Han sido casi 2000 años de historia donde se ha mantenido firme a través de tantos acontecimientos y la única explicación válida, a mi parecer, es porque Jesús es la cabeza de la Iglesia. Ninguna otra institución, organización e incluso (me atrevo a decir) imperio ha sido tan longevo como lo es la Iglesia Católica.
Hablando sobre este tema con un sacerdote, él mismo me decía una realidad: ¡Ni siquiera desde adentro el demonio ha podido destruirla! Ahora, no porque la Iglesia sea Santa y porque ha sobrevivido tantos ataques hasta ahora, los católicos quedamos exentos de vivir la santidad, ¡al contrario! La Iglesia nos ha dado casi 2000 años de ejemplo con respecto a caernos y levantarnos de nuevo. En el CIC número 824, nos dice: “Es en ella [la Iglesia] donde “conseguimos la santidad por la gracia de Dios.”” La Iglesia, como buena Madre, nos da todas las herramientas necesarias para alcanzar la tan deseada Santidad, por eso es tan necesario que nos mantengamos siempre unidos y atentos a las enseñanzas que nos facilita.
¿Qué nos toca a nosotros?
Los católicos estamos llamados a la santidad, esa es nuestra vocación principal, pero ¿cómo lo logramos? El primer paso de ser santo es querer ser santo. Es muy improbable que queramos lograr algo que no deseemos ardientemente. Al igual que Roger Federer se ha propuesto ser el mejor tenista de la historia, él ha tenido que hacer ciertos sacrificios para lograrlo: ha buscado los mejores entrenadores, ha tenido que pasar horas en una cancha perfeccionando sus golpes y quizás se perdió de muchos ratos agradables que ha podido compartir con su familia y amigos por estar en torneos, entrenando o descansando. Nosotros, como Federer, si queremos alcanzar nuestra meta de Santidad, ya contamos con los mejores entrenadores: los santos, la Madre de Dios y con el Coach principal y perfecto modelo de Santidad: Jesús.
La Iglesia nos da los medios necesarios para ir creciendo en santidad a medida que continuamos en este camino: nos ofrece los Sacramentos, la Eucaristía, la confesión, la dirección espiritual, la adoración Eucarística, devociones como el Rosario y la Divina Misericordia, apostolados y lugares dónde hacer obras de misericordia, entre tantos otros medios. A diferencia de Federer que quizás tuvo que sacrificar tiempo con sus seres queridos, la Iglesia enriquece nuestras relaciones con nuestros familiares y amigos; nos ayuda a crecer en nuestra caridad hacia los demás, a forjar relaciones buenas y sanas con aquellos con los que nos relacionamos en el día a día y de modo especial con quienes compartimos nuestra fe.
¿Qué ganamos siendo santos?
Hace poco fueron los premios Oscars, y en su discurso al ganar el premio a la canción más original, Lady Gaga (que es católica, por cierto) decía:
“[el premio] conlleva trabajo duro, he trabajado duro por esto durante mucho tiempo. No es solo el hecho de ganar, sino el no darse por vencido. Si tu tienes un sueño, lucha por él. Hay una disciplina para la pasión, no se trata de cuántas veces te rechazan o te caes, sino sobre cuántas veces te levantas y tienes la valentía de seguir adelante.”
Creo que este discurso aplica para el premio que todos los católicos buscamos: el Cielo. Efectivamente, la santidad conlleva trabajo duro, vamos a caer, pero queda de nuestra parte levantarnos una y otra vez. Al igual que mi hermano, hay muchas personas que se sienten decepcionadas de la Iglesia por el comportamiento de algunos católicos, por eso tenemos que ser testigos del Evangelio siempre y en todo lugar ¡seamos esos santos con jeans que el mundo tanto necesita!
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