“Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19, 17)
La pregunta parece básica. Casi obvia, ¿no? Pero, has tenido alguna vez una situación en la que te preguntas, con el corazón en la mano, ¿será que lo que hice fue pecado? ¡Si alguna vez te ha pasado esto, este artículo te resultará útil!
Contexto rápido
Dios llamó a Moisés a una montaña santa y escribió “con su Dedo” (Ex 31,18) Diez Mandamientos. Estos mandamientos resumen la ley de Dios. Es la forma en que Dios se da a conocer a sí mismo y da a conocer Su Voluntad. Los tres primeros mandamientos hablan del amor de Dios y los otros siete del amor del prójimo. Puedes revisar nuestro artículo anterior ¿De dónde vienen los mandamientos?
La conciencia como respuesta
La respuesta simple a la pregunta inicial es la siguiente: si quebrantas un mandamiento, estás cometiendo un pecado. Simple, sencillo, inmutable y válido en todo momento y en todo lugar. Por tanto, este sería el primer paso para saber si lo que hiciste es o no pecado.
Sin embargo, no todo es blanco o negro. Frío o caliente. Hay veces la línea del pecado no es clara y ahí es donde entra el discernimiento. “En lo profundo de su conciencia —afirma el concilio Vaticano II—, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, pero a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado (cf. Rm 2, 14-16)”
Esto quiere decir que, en nuestro corazón, en nuestra conciencia, la relación entre la libertad que tenemos y la ley de Dios tienen su base. En los Ejercicios Espirituales Ignacianos se lee: “La conciencia es el recinto sagrado donde la criatura se encuentra con su Creador”. Por tanto nuestra conciencia juega el papel de testigo y juez. Es un juicio práctico y sencillo, es un recordatorio a que debemos amar, hacer el bien y evitar el mal.
Estamos llamados a actuar en conformidad a lo que dicta nuestra conciencia. De esta forma, si crees que lo que hiciste está mal estarás juzgado por tu misma conciencia, y por tanto tu acto como tal es un pecado. Por tanto, este sería el segundo paso para saber si lo que hiciste es o no pecado.
Los tres elementos del pecado
El número 1857 del Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña que:
“Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento.”
El primero se refiere a la materia grave. Si está en los Diez Mandamientos, es grave. Si mataste, cometiste adulterio, robaste, levantaste falso testimonio, fuiste injusto o no honraste a padre y madre entonces es materia grave. Y aquí entran aspectos que lo hacen más o menos grave. Es más grave un asesinato que un robo. Del mismo modo es más grave golpear a tus papás que a un desconocido.
El segundo aspecto es la plena conciencia. Esto quiere decir que, en el momento de realizar la acción, tenías conocimiento de que era pecado. Aquí volvemos nuevamente a la conciencia. Revisa tu conciencia de forma genuina, transparente y verdadera. Nadie sino tú y Dios sabrán si sabías o no que eso era algo malo.
La educación de la conciencia es indispensable. Pues, basado en lo anterior, si crees que algo es pecado grave, aun cuando no lo sea, por el juicio de tu conciencia será pecado. Del mismo modo, si crees que un pecado grave no es grave, no lo será para ti. Y no se trata de un relativismo moral. Es este el respeto que tiene Dios por la libertad del hombre. Pero, el número 1859 del Catecismo nos enseña que “la ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado”.
Si crees que lo que hiciste (o estás haciendo) está mal, pero deliberadamente estás evitando averiguar si es o no grave, es, de por sí, grave y aumenta el carácter voluntario del pecado. Pero la ignorancia involuntaria si disminuye, o incluso excusa, la imputabilidad de una falta grave.
El tercer aspecto es el deliberado consentimiento. Esto quiere decir, que al momento de cometer la acción fuiste libre de hacerlo, o no hacerlo. Hay muchos ejemplos y casos éticos que se podrían presentar aquí, la casuística es infinita. Pero, en resumidas cuentas, los impulsos de la sensibilidad, las pasiones, presiones exteriores o incluso los trastornos psicológicos, pueden reducir el carácter voluntario y libre de la falta.
Esto es muy difícil de medir, volvemos a la conciencia nuevamente. Pero, en resumidas cuentas, el pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal.
Veamos el siguiente texto presentado por el Padre Jorge Loring para ver las distintas combinaciones.
Una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es pecado.Una acción lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado y la hago libremente.El pecado será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no sea grave.El pecado será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la materia fue grave.El pecado ya cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma acción será ahora pecado grave.
Lo que Dios castiga es la mala voluntad que tenemos al hacer una cosa, no las equivocaciones o errores involuntarios. Pero debemos procurar tener bien formada la conciencia.
Quien duda de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa situación.
No fue pecado grave, pero…
Supongamos que la acción no cuenta con una de las tres condiciones y, por tanto, no es pecado grave. Sin embargo, esto no quiere decir que no sea pecado. Como dijimos anteriormente, la Ley de Dios no es relativa.
Cuando falta una de las condiciones para un pecado mortal, o grave, este pecado es considerado venial. El pecado venial “no nos priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna”. Es decir, si murieras en pecado venial llegarías al Cielo.
El problema es que el pecado venial nos predispone para pecar mortalmente. No debemos considerar los pecados leves poca cosa, por más comunes que sean. Pues una gota de agua no parece gran cosa, pero cuando se acumula mucha puede tumbar un tejado o arrasar un pueblo. Debemos constantemente arrepentirnos por nuestros pecados sin importar cuán leve sean.
Si aún no sabes si es pecado
Pero digamos, que ya revisaste tus acciones de cara a los Diez Mandamientos y pusiste como juez a tu conciencia, pero aún tienes la duda genuina de si es o no es pecado. A veces esto nos puede pasar, determinar dónde está la línea entre el pecado venial y el mortal puede resultar muy difícil.
Si te encuentras en una situación así, piensa en lo siguiente. Si al realizar una acción sobre la que tienes duda no se ve nadie perjudicado (incluyéndote a ti mismo), ni material ni espiritualmente, puedes aplicar lo que los teólogos llaman probabilismo. Lo importante, en este caso, será actuar buscando hacer aquello que más agrade a Dios.
Por ejemplo, no sabes que tan lejos puedes llegar con tu novio o novia. No sabes cúal es la línea del pecado. En primer lugar, evita todo lo que sabes que es pecado. Luego evita todo lo que sospechas que es pecado (al menos hasta que salgas de la duda). Finalmente piensa, no en el momento sino con anterioridad, si lo que estás por hacer agradará a Dios. Esto lo puedes aplicar a muchas otras situaciones de tu vida.
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