Hace algunos años, (no diré cuantos para no delatarme) y después de varios de noviazgo, ya con una carrera profesional, un trabajo estable y otras metas cumplidas, mi novio me propuso por tercera vez matrimonio. Yo decía que no estaba segura de que eso era lo que quería para mi, pero la verdad era que sentía: miedo y pereza.
Tú me dirás: miedo lo entiendo, es normal ante cualquier posibilidad de cambio, pero ¿¿¿pereza???
Pues sí, pereza, yo decía que estaba muy bien en la casa de mis papás, estaba cómoda, era feliz y eso de casarme me sonaba a servir la mesa, a estar pendiente de las plantas , de la ropa, de la comida, y yo decía: noooo que pereza, prefiero quedarme en casa como novia, me hace todo mi mamá, mi novio me visita y me saca a pasear y si estamos molestos cada quien en su casa sin tener que mirarnos las caras.
Fue después de un largo viaje de trabajo que mi novio me dijo: ¿sabes qué? Es la última vez que te propongo matrimonio, así que, si te decides algún día me avisas a ver si yo estoy dispuesto…. Y yooooo….. quedé en silencio…. Comencé a reflexionar sobre el asunto más seriamente. Por esos mismos días, hice otro comentario en casa, y dije: ¡yo no me quiero casar para servirle a nadie! Y mi mamá, con sus buenas antenas parabólicas, (crees que no está escuchando y resulta que escucha y entiende más que todos) escuchó el comentario que acababa de hacerle a unos amigos, y sabiamente se inmiscuyó en la conversación y dijo: quien no quiere servir, no sirve para casarse. Y yooo….otra vez….. quedé en silencio. Me pregunté:
¿Será que no sirvo para casarme?
Entonces me empecé a cuestionar y a preguntarle a Dios qué era lo que debía hacer, dónde podría saber qué era lo correcto. Si Dios es perfecto sabía que Él me daría la respuesta correcta. Había escuchado tantas cosas sobre el matrimonio y casi todas eran horribles, que si el matricidio, que hasta que te casas eres feliz, que se te acabó la libertad, que si es ponerte la soga al cuello, que si es muy difícil, y pare usted de contar cuantas cosas más, que el mundo dice sobre este tema.
Al fin empecé a descubrir que amor es más que un sentimiento, es una vocación, tal como lo indica el número 1604 del Catecismo de la Iglesia Católica:
“Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano”.
Por lo tanto entendía que tenía que estar dispuesta a sacrificar mis comodidades, por algo más valioso que la comodidad o flojera, como lo era la posibilidad de formar una familia con una persona que compartía mis valores, que admiraba y que quería. No sé cómo, pero Dios fue poniendo en mi vida los medios (libros, personas, testimonios) para entender que Él me estaba llamando a esta vocación.
La vocación matrimonial es un llamado, una vocación que, como ya mencioné, se fundamenta en el amor. El amor es la capacidad de hacer el bien al amado aún a costa de nuestro sacrificio y que se expresa fundamentalmente en el servicio. Así pues, dije que SÍ, y el día de mi boda experimenté una sensación de paz en mi corazón que me daba la certeza de estar haciendo la voluntad de Dios, lo cual, es el modo seguro de alcanzar la felicidad, (eso sí, sabía que no sería fácil pero que de su mano todo obstáculo se superaría). Desde entonces he aprendido que efectivamente el que no quiere servir no sirve para casarse, sino como decía Madre Teresa:
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Hace más de 10 años comencé esta aventura de vivir amando y sirviendo y he descubierto que sólo quien ama, sirve y quien sirve, es feliz. En palabras del Papa Francisco:
“El verdadero poder está en el servicio”
Todo esto te lo cuento para que llegado el momento tengas presente ciertos elementos que te ayudarán a tomar la decisión correcta:
Recuerda siempre: el matrimonio es una vocación. Es decir un llamado de Dios, así que lo primero que debes hacer desde joven es pedirle a Dios que te revele a qué te está llamando, en este punto te puede ayudar muchísimo el apoyo de un director espiritual así como acercarse frecuentemente a los sacramentos. Eso sí, debes tener paciencia, no siempre es de la noche a la mañana que descubrimos nuestra vocación.
El amor es la base del matrimonio católico, aunque esto pueda sonar redundante no lo es, ya que para otras creencias y en la sociedad actual, la base pueden ser acuerdos familiares, genealogía, intereses, etc. Pero para recibir válidamente el sacramento debe haber amor entre las partes. En otro artículo profundizaremos en este punto.
El mundo suele ofrecer alternativas “cómodas y fáciles” para ser feliz, pero en la práctica lo que nos hace verdaderamente felices es aquello en lo que hemos puesto esfuerzo, ¿o no?
El número 1632 del CEC dice: “Para que el “Sí” de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para el matrimonio es de primera importancia”, así te recomiendo que, así como te preparas para ser profesional, te prepares para lo quizás sea el rol más importante de la vida.
Recuerda que todo sacramento nos dá una gracia o “fuerza especial” para llevar adelante lo que Dios nos pide. Esta gracia propia del sacramento del Matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia “se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la acogida y educación de los hijos” (LG 11; cf LG 41).CEC 1641. De allí la importancia de recurrir siempre a la fuente de la gracia que es el mismo Cristo “Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del Matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos” (GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf Ga 6,2) CEC 1642
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