Respuesta

Imagínate que tienes un papá que es muy rico. Pero aún no lo reconoces como tu papá, pues no puedes hablar. Eres un bebé. ¿Debería esperar tu mamá varios años para ponerte el apellido de tu papá? ¿Para qué esperar para gozar de su mansión, de sus riquezas, de sus regalos, de la comida rica que hay en la casa de papá?

Como ves, todo depende de la visión que tengamos del bautismo. Si es sólo un rito externo, no es necesario. Pero si detrás de lo que sucede hay algo escondido, maravilloso, por descubrir y comprender...todo cambia.

El bautismo es el regalo más grande que puede recibir una persona. El bautismo es: ser hijo de Dios. Es ser heredero de Dios mismo, con todas sus riquezas, todos sus tesoros. Es tener la vida de Dios en nosotros, por la gracia que se nos da en el bautismo. La Biblia y San Pablo son muy claros: antes del bautismo, no somos hijos de Dios propiamente hablando. Somos sus criaturas, pero no sus hijos en Cristo. Pues justamente el Padre mandó a Jesús a la tierra para que fuéramos “hijos en el Hijo”, para ser hijos adoptivos de Dios, es decir, para que por la encarnación y muerte de Jesús, todos pudiéramos ser hijos de Dios.

Por ello San Pablo dice lo siguiente: "Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos*. Y, como son hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios.” (Gal 4, 4)

Por ello, ¿para qué demorar el día en que un bebé reciba la gracia de Dios en su persona? Cuanto antes, ¡mejor!

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